A pesar de que aprieto mis dientes con mucha fuerza, quedan resquicios por los que escapa el pesar, disfrazado de gemido.
Saliva y bilis.
Como si de un saco de arena se tratase, sigues golpeando mi cuerpo con violencia; sin embargo, escupes palabras vacías bañadas en lágrimas que, a modo de sellante, casi funden en uno tu rostro y esa patética máscara de victimismo con la que ocultas tu ego paranoide.
Imagino que en tu mundo paralelo de palabrería barata es fácil convencer al medio sordo, o al que oye lo que quiere oir.
Saliva y bilis.
Mezcla maldita, amargura líquida que seca y quiebra mi garganta, donde se ahogan gritos de furia jamás liberados.
Bilis que llega hasta mis putos ojos, que se enrojecen y claman justicia.
Saliva y bilis, y sangre.
Mis palabras, sosegadas en principio, trataron de hacerte ver la luz. ¿Y cómo me lo agradeces?
Golpeando una y otra vez mi mente, como un boxeador que se entrena para el último gran combate de su vida.
Quieres fantasmas, quieres años perdidos.
Yo te ofrezco saliva y bilis, y sangre: palabras salvajes, labradas más que articuladas, que viertan en tus oidos un mensaje amargo, mas sincero y sentido, necesario y desesperado.
Real.
Saliva y bilis que se acumulan en mi boca herida, para acabar con los fantasmas.
Y con los frutos del Odio...